Veni, Veni, Emmanuel es un himno en latín propio del tiempo de Adviento. De autor anónimo, su texto se remonta al siglo VIII y su melodía nace probablemente en Francia en el siglo XV. La primera publicación de esta obra fue en Colonia, en el Psalterium Cantionum Catholicarum del año 1710.
El texto se inspira en las «Antífonas O» que tienen lugar en la celebración de las Vísperas durante los días previos al 25 de diciembre:
O Sapientia
O Adonai
O Radix
O Clavis
O Oriens
O Rex
O Emmanuel
Al invertir el orden de estas antífonas se obtiene el acróstico latino «Ero Cras» que significa «Mañana yo vendré»:
O Emmanuel
O Rex
O Oriens
O Clavis
O Radix
O Adonai
O Sapientia
Es este nuevo orden el que se encuentra presente en el texto Veni, veni, Emmanuel.
Sobre la armonización de la melodía
Como cada estrofa del texto manifiesta un título diverso del Mesías en las Sagradas Escrituras, se estimó conveniente realizar una armonización distinta para cada una de ellas, al mismo tiempo se debió elaborar un plan tonal para que no resultara agobiante sentir siete veces una misma melodía. Fue fundamental pensar en una estructura que pudiera propiciar el sentido de la direccionalidad musical.
Antes de comenzar el canto, el solista realiza una vocalización a bocca chiusa , eco del nacimiento del canto que proviene desde lo profundo del ser, es el deseo que viene desde dentro y que al madurar encuentra sentido en la pronunciación de la palabra.
La primera estrofa expresa el grito de un pueblo que se siente en soledad y oscuridad. Este pueblo clama a Dios implorando su venida. El elemento musical preponderante es la melodía desnuda y libre de un esquema rítmico rígido, propio del Canto Gregoriano.
El elemento musical que gobierna a la segunda estrofa es el uso de las notas pedales sobre las cuales se canta el texto «Veni Rex gentium». La pieza musical en este punto deja todo dispuesto para la entrada polifónica de la tercera estrofa.
En la tercera estrofa se presenta un contrapunto de primera especie (o nota contra nota). Al final de la estrofa y antes de llegar al «Gaude» las voces realizan la melodía en unísono la cual va dirigida hacia el agudo. La idea que se quiso trabajar fue la imagen del Sol que nace de lo alto (Cfr. Lc 1, 67-79). En el «Gaude» la armonía se abre a imagen del Sol que viene a iluminar la oscuridad de la noche.
En la cuarta estrofa aparece la idea de Jesucristo como la «Llave de David que abre las puertas al Cielo y cierra las del Infierno», es por esto que el solista personifica a esta llave que entra en medio de las voces del coro masculino. Para dar mayor énfasis a esta idea el Coro de voces ingresa en la tonalidad de Sol menor. Se siente natural el paso gracias a una nota en común entre dos acordes; este recurso musical es llamado «Transición».
La cuarta y la quinta estrofa se enlazan gracias a las voces de los bajos. Tomando en consideración que el texto habla de la Raíz del Tronco de Jesé, se busca a través de la música expresar esta idea; las raíces van creciendo y entrelazándose entre ellas para generar una estructura armónica más compleja en el que todas las voces se unen en polifonía. Después del «Gaude» viene presentada una imitación de las voces a modo de progresión para establecer una nueva tonalidad.
La nueva tonalidad es la de Re menor. En la sexta estrofa aparece el coro de voces femenino. La idea musical trabajada fue el símbolo del Pueblo de Sión; se consideró pertinente que aquí todas las voces estuvieran presentes. El unísono entre hombres y mujeres provoca la sensación de asamblea; todos imploramos la venida del Mesías. Aquí se rompe la estructura musical cuadrada del «Gaude» para reforzar la idea del grito esperanzador del Pueblo de Israel (voces femeninas) que tiene un eco en lo profundo (respuesta de las voces masculinas) la voces separadas se reúnen en el unísono hacia el final de la estrofa.
La séptima estrofa viene presentada con una nueva complejidad musical armónica, se destaca el contrapunto entre las partes. Se busca a través de la música pintar la gloria de Dios representada en la venida de Cristo, nuestro Señor. La Sabiduría de Dios no se agota y siempre ofrece nuevos horizontes que cambian la vida del cristiano. Hacia el final de la obra se produce el diálogo entre solista y coro, imagen de la petición personal y también comunitaria para Cristo venga y reine en nuestros corazones.